Por Omar López Mato*
Desde el comienzo de su carrera política, Hitler estuvo rodeado de médicos; el más cercano de ellos fue Gerhard Wagner (1888-1939), su médico personal, aunque a finales del régimen, Hitler fue atendido por Theo Morell. Wagner fue el ideólogo del programa de eutanasia. A su muerte, fue reemplazado por Leonardo Conti (1900-1945) y luego secundado por Karl Brandt.
Ernst Robert Grawitz (1899-1945) era el médico en jefe de la SS y Joachim Mrugowsky (1905-1948) era la cabeza del Instituto de Higiene e introductor del Zyklon-B, el gas que puso fin a la vida de millones de condenados a morir en las cámaras de los campos de concentración.
Así, podría seguir la lista que comprometió a cientos de médicos, pero prefiero detenerme en un actor fundamental de este proceso de asesinato masivo que, a su vez, ofrece un ejemplo de la esquizofrenia establecida en los campos de matanza donde, entre el horror rutinario, subsistían aún atisbos de humanidad.
El nombre Joseph Mengele (1911-1979) ha sido extensamente difundido hasta convertirlo en un símbolo de la perversión médica, quizás porque Mengele escapó del juicio de Núremberg, circunstancia que supone una habilidad y una importancia que los demás médicos juzgados no parecieron tener. En realidad, Mengele fue un artífice secundario (pero vehemente) de las órdenes que recibía, porque estaba convencido de su tarea. Sin embargo, hubo otros médicos tanto o más buscados que él y que también lograron escapar de la Justicia (aunque haya versiones que los sindican apresados y ejecutados por cazadores de nazis).
Nos referimos a Aribert Heim (1914-1992), jefe médico de la SS en el campo de Mauthausen-Gusen, apodado “Doctor Muerte” por los prisioneros judíos o “El Banderillero”, como lo llamaban los españoles prisioneros en ese campo. Se caracterizaba por matar a sus víctimas con inyecciones de fenol directas al corazón o de distintos venenos. A pesar de ser tomado prisionero por los Aliados, la confusión después del conflicto fue tal que nada se supo de sus barbaridades hasta el año 1962, cuando la policía austríaca reunió suficientes testimonios para apresarlo.
Heim huyó a América Latina y su figura se diluyó. Se dijo que estuvo en Paysandú y que, de allí, se escapó cuando el Mossad estuvo a punto de atraparlo. Al parecer, también estuvo en Chile (donde vivía una de sus hijas), en España y en Dinamarca. En 2007, un exintegrante de la Fuerza Aérea israelí, Dany C. Baz, confesó que un grupo de tareas antinazi apodado “El Búho” secuestró y ajustició a Heim en California en la década de 1990. El centro Simon Wiesenthal desautorizó esta versión. La familia afirma que Aribert Heim murió en 1993 en Argentina, aunque nunca se pudo demostrar ni certificar su defunción.
|
Retrato de Josef Mengele, se trata de la fotografía que obra en su prontuario, 1959. AGN. Departamento Documentos Escritos. Fondo Nazis en Argentina. Sala VII. Legajo 3772, folio 77.
|
El otro médico buscado y jamás hallado fue Alois Brunner, nacido en 1912 y desaparecido su rastro en 1996. Brunner actuó bajo las órdenes directas de Adolf Eichmann (1906-1962) y se lo considera responsable directo de la muerte de 12.800 personas. En 1961, perdió un ojo por el estallido de un sobre-bomba enviado por la inteligencia francesa y tres dedos por otro enviado, esta vez, por el Mossad. Huyó a Siria y allí fue entrevistado telefónicamente por la revista Bunte, ante la cual declaró su falta de arrepentimiento. Posteriormente, en una entrevista del Chicago Sun Times, dijo que “los judíos merecían morir” y que, si tuviese la oportunidad, haría lo mismo. Desde 1987, se carecen de datos sobre su paradero, por lo que el centro Simon Wiesenthal lo dio por muerto. Este fue el último médico nazi al que no se ha podido encontrar.
Volviendo a Mengele, se hizo famoso entre los internos por la convicción con la que cometía sus desmanes. La posibilidad de sortear su búsqueda por años lo convirtió en leyenda. El haber contado con el apoyo de jerarcas de varios países para cubrir su escape le ha creado un halo de invulnerabilidad.
|
Aribert Heim |
Desde el punto de vista psicológico, que haya sido un psicópata el jefe omnímodo de los campos de exterminio es una idea que se puede tolerar pero, cuando uno se percata de que fueron miles las personas que se lanzaron a prácticas aberrantes, el problema se torna en algo más grave. ¿Cómo es que la elite profesional de un pueblo culto como el alemán se dispuso a esta locura? Muchos de los que conocieron a Mengele reconocieron que era un profesional capaz y, en su caso, se trataba de una persona de buenos modales y siempre elegantemente vestida. Hasta sus víctimas hablaban de su corrección. Una y otra vez nos viene a la memoria la imagen de La Caída de los Dioses (1), los jerarcas nazis emocionados escuchando a Wagner. La idea resulta escalofriante porque entonces la locura perpetrada por personas supuestamente normales se puede repetir; especialmente, si “olvidamos”, minimizamos o “justificamos” las aberraciones. Como lo ha dicho Winston Churchill: “Me gustaría vivir cien años para ver cómo la gente comete los mismo errores”. La función de la historia es mantener vivo el recuerdo de los errores.
Mengele no solo era médico, tenía además un título de antropólogo y había estudiado filosofía. Su brutalidad estaba protegida por un manto pseudocientífico y una justificación ideológica. Fue un extremo del espectro convencido de sus ideales, pero hubo también otros médicos ambivalentes, dubitativos, que abrazaron la ideología y respetaron órdenes terribles con dudas y sentimientos encontrados. Fue la enorme mayoría.
1. El título original es La caduta degli dei (Götterdämmerung). Es una película de 1969, dirigida por Luchino Visconti y considerada la primera de sus películas descriptas como “La trilogía alemana”, junto con Muerte en Venecia (1971) y Ludwig (1972). En estas películas, Visconti analiza el ascenso del nazismo en la Alemania de Weimar y sus desastrosos efectos en una familia aristocrática.
* Es Médico, escritor e investigador de historia y de arte. Autor de más de 20 libros sobre temas históricos. Es columnista del diario La Prensa y colabora para diversos medios gráficos y televisivos. Conduce, junto a Emilio Perina,Tenemos Historia por Radio Concepto (FM 95.9). El texto de este artículo pertenece al capítulo homónimo del libro Ciencia y mitos en la Alemania de Hitler (Vergara, 2016). También apareció en la Revista Legado N° 7 y se reproduce en este blog con la expresa autorización de sus autores.