Prohibida su reproducción sin autorización del autor. Publicado con autorización en los diarios La Nación y La Prensa (jumio de 2021)
Hace 80 años, el 22 de junio de 1941, Hitler sorprendió al mundo entero con la invasión de la Unión Soviética. La operación Barbarroja, la invasión de mayor escala hasta ese momento, fue uno de esos instantes en los que el reloj de la humanidad se detuvo y la historia cambió para siempre…
Muchos creen que llevamos nuestro destino marcado desde que nacemos. No importa qué se haga o cuanto uno se esfuerce por torcer esa mano invisible, ese designio escrito por alguna fuerza superior. Por supuesto que es una teoría discutible, supersticiosa, para muchos otros. Sin embargo, sus defensores más acérrimos encuentran su argumento en pequeñas historias como la de este voluntario germano - argentino muerto en la Segunda Guerra Mundial durante la Operación Barbarroja.
La familia Pudor era prusiana de pura cepa, originaria de Brandenburg, cerca de Berlín. A mediados de los años veinte, miles de alemanes llegaron en masa a Sudamérica en búsqueda de mejores horizontes: Estabilidad económica, empleo, abundancia de alimentos y seguridad política. Claro que Argentina era un país muy diferente al que tenemos hoy en día.
Luego de arribar a Paraguay, la familia llegó a Argentina el 26 de diciembre de 1925 a bordo del vapor “Monte Oliva”. Adalbrecht de 46 años y su esposa Hanna de 35 se asentaron en el norte del país; iban con ellos sus hijos Helmuth, Ekkhard y Sabine, de 10, 4 y 2 años respectivamente.
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Pudor en su uniforme de la Luftwaffe |
Helmuth Pudor tenía apenas 10 años cuando vio por primera vez a la inmensa e inacabable geografía Argentina, con sus interminables campos apenas poblados por un puñado de hombres y mujeres de orígenes y nacionalidades heterogéneas. El territorio de Misiones era hogar de miles de colonos europeos: compatriotas alemanes, ucranianos, polacos, etc. pero también abundaban los criollos y mestizos. Todos vivían en paz y tranquilidad. Aquí el alimento nunca era un problema, como en la vieja Alemania convulsionada por la derrota mundial y las revoluciones.
Los Pudor echaron raíces en el pueblo de Bonpland, no muy lejos de Oberá, en la actual provincia de Misiones y, según los archivos de la Unión alemana de Gremios, de la cual Adalbrecht era miembro, se dedicaron casi de inmediato a la agricultura.
De acuerdo a la publicación en alemán Der Bund, la revista de la Unión Germánica en Argentina, Helmuth, ya a los 14 años, el hijo mayor del matrimonio nacido el 13 de mayo de 1915 en Berlín, formaba parte del “movimiento”; debemos entender con esta afirmación que había ingresado en las clásicas actividades juveniles de la comunidad alemana de la época, inspiradas o casi iguales a las Juventudes Hitlerianas de Alemania. Eran una las primeras actividades nazis que se organizaban en Argentina, ya que apenas corría el año 1929.
Así pasaron los años. La vida de campo en Misiones no parecía conformar plenamente a Helmuth, y a los 17 la lejana patria en ebullición lo atrajo irresistiblemente; corría el año 1932, y Hitler estaba haciendo sus últimos movimientos de ajedrez para tomar el poder.
El viaje fue toda una odisea. El joven Pudor primero se dirigió a San Javier y cruzó la frontera argentina hacia Brasil, donde trabajó de panadero y en varios otros empleos para abrirse camino hacia el Océano Atlántico. Pasó por Santos y Río de Janeiro, siempre viajando como polizón. Luego de estar en Río durante ocho meses, un buen día se alistó como lavaplatos en el buque “Monte Sarmiento”, uno de los famosos transatlánticos que hacían la ruta Sudamérica-Alemania.
Así fue como el joven Helmuth desembarcó en mayo de 1934 en Hamburgo. Por fin la patria, una vez lejana, se habría ante sus ojos. Hitler y los nazis eran ya dueños y señores del Reich, y de a poco comenzaban a amenazar al mundo con sus sueños de dominación. Pudor no perdió el tiempo y se dirigió a Berlín, la capital, gracias a la caridad de varios automovilistas ocasionales ¡Estaba de vuelta en su Prusia natal! Tan soñada, tan anhelada.
Durante seis largos meses Helmuth probó suerte en varios oficios, pero el rearme de las Fuerzas Armadas alemanas era indetenible. La nueva Luftwaffe (la fuerza aérea), el desarrollo de los blindados, el crecimiento sostenido de la flota de guerra; allí había grandes oportunidades y no tardó en alistarse como voluntario en el ejército. Desde un comienzo Pudor comenzó a ser entrenado como radio operador y en todas las cuestiones técnicas relacionadas al empleo de estos formidables aparatos que para entonces se estaban adaptando a todas las unidades de guerra móviles. Alemania estaba preparando la futura guerra relámpago.
En 1 de septiembre de 1939 el mundo estalló. Al producirse el inicio de la guerra, Helmuth Pudor fue alistado en una compañía de fusileros motorizados, participando activamente en la invasión de Polonia. Estas unidades eran la punta de lanza de las avanzadas mecanizada alemana que aplastó todo a su paso; no era un trabajo para cualquiera, solo se seleccionaban para estos batallones a los soldados de mayor coraje y valentía. Pero a pesar de su peligroso trabajo, logró sobrevivir.
Al año siguiente llegó la invasión de Francia y una nueva victoria aplastante. Hitler estaba en el pináculo de su gloria militar. Muchos creían que estaban ante el mejor estratega de todos los tiempo, especialmente el propio dictador, algo que no tardaría en desmentirse penosamente.
Mientras Hitler preparaba la invasión de la Unión Soviética, la que para ese momento iba a ser la mayor de todos los tiempos, se hizo evidente que para cumplir el objetivo de aniquilar a la aviación enemiga en tierra se iba a necesitar una fuerza de bombarderos considerable. Escaseaban las tripulaciones, así que Helmuth Pudore, el hombre de Bonpland, Misiones, fue seleccionado como operador de radio para la Luftwaffe. Luego de un intenso entrenamiento, en 1941 voló en acciones de combate durante la invasión de Creta, en el frente del Mediterráneo, y luego en los Balcanes, formando parte de la tripulación de un bombardero mediano Dornier Do 17. Pudor fue ascendido a suboficial y condecorado con la Cruz de Hierro de segunda clase por sus destacados servicios.
El Dornier Do 17 “Fliegender Bleistift” (“lápiz volador”) era un bombardero bimotor pequeño que para 1941 había sido superado por las circunstancias. Su diseño databa de inicios de los años treinta, y cuando voló por primera vez en combate, en 1937, durante la guerra civil española, se hizo evidente que la Luftwaffe debía desarrollar nuevos aparatos que fueran más rápidos, robustos y, por sobre todo, que pudieran transportar una carga de bombas mayor. Pero en ese momento, con la invasión de la Unisón Soviética a la vuelta de la equina, había que echar mano de cada avión y de cada hombre disponible.
Hace 80 años, el 22 de junio de 1941, el mundo cambió para siempre; Hitler invadió la Unión Soviética, la Operación Barbarroja se puso en marcha. Y allí estaba nuestro joven misionero por adopción, miembro del 8 Staffel del III Gruppe del Kampsgeschwader 2, lanzándose al ataque una vez más, sin temor a la muerte, siendo parte de aquella invasión que hizo temblar al mundo entero.
Pasaron los primeros días de los confusos y mortales combates entre las fuerzas bolcheviques y alemanas. Helmuth Pudor había cambiado su motocicleta BMW por el endeble Dornier pero aún había logrado sobrevivir a las primeras horas. Sin embargo, la batalla estaba en los más álgido y no había descanso, cada día y casi a cada hora había una nueva misión de bombardeo tras las líneas enemigas.
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Dornier Do 17 |
A la 9:30 hs. del 24 de junio, el bombardero del joven Feldwebel fue alcanzado por el fuego antiaéreo ruso. El avión siguió volando, mal herido, envuelto en humo y amenazando con desplomarse al suelo. No es muy difícil imaginar los instantes de zozobra y nerviosismo de la tripulación dentro del avión a punto de caer. El comandante de la nave, pensando que no había posibilidades de regresar volando a la base y de salvar al aparato, instó al joven tripulante, Pudor, a que intentara salvar su vida saltando en paracaídas.
Helmuth abrió la escotilla y miró hacia abajo. El suelo estaba cada vez más cerca; el humo le hacía arder los ojos y los disparos de armas livianas rebotaban por todo el fuselaje. El final parecía inminente… Cerró los ojos, respiró profundamente y saltó cerca de Stopce, Eslovenia, mientras el Dornier a duras penas todavía volaba a los tumbos en dirección a la base.
Pero el destino jugó sus cartas en ese momento; la suerte no estuvo del lado del pobre Helmuth esa vez. Los duros combates cuerpo a cuerpo en Polonia o las batallas sobre Creta contra los cazas ingleses no habían podido con Pudor. Pero esa mañana fatal un simple paracaídas falló, y el joven que había crecido en Misiones murió estrellado contra el suelo esloveno al caer desde gran altura. Y como si fuera poco, por una de esas malditas muecas del destino, tal como relató la sobrina de Pudor al autor, el avión bombardero, mal herido y cubierto de cientos de orificios, logró aterrizar en su base. El piloto y el artillero estaban asustados y heridos, pero vivos; en cambio, el joven Helmuth Pudor ya no viviría para luchar otro día.
Adalbrecht y Hanna, en el lejano norte de la República Argentina, tardaron tres meses en enterarse de la trágica muerte de su hijo…