En el noroeste de la provincia de San Juan existe un olvidado caserío llamado Tocota. No muy lejos de allí, apenas unos 10 km. al oeste, funcionaba hace décadas una vieja mina de oro llamada “Colo-Colo”. Hasta ese lejano paraje llegó, la mañana del 26 agosto de 1944, el oficial de Coordinación Federal Pablo Meliton Palmer; lo acompañaba su ayudante, el inspector Miguel A. Rafar. Hacía tiempo que estaban tras los pasos de un importante agente nazi, un astuto y escurridizo espía, quien desde el comienzo de la guerra había actuado a favor del Tercer Reich a lo largo varias provincias de la Argentina.
Luego de haber hecho algunas averiguaciones en el Departamento de Iglesia, en la misma provincia argentina, obtuvieron información sobre un extranjero, presumiblemente de origen germano, que se había hecho cargo recientemente de la administración de la mina de Colo-Colo. Una explotación casi perdida en la bastedad de la Codillera de Los Andes.
Luego de atravesar los intrincados 10 km. de camino de montaña, a bordo de un raído Chevrolet de la década de los treinta, Palmer y Rafar llegaron a la vieja mina. Entre nubes y chubascos de nieve se presentaron ante la atónita mirada de algunos empleados. Buscaban a Eugenio Voss; tal era el nombre que habían mencionado los informantes locales. Sin embargo, el verdadero nombre de aquel viejo agente nazi era Eugenio Frank Langer.
Había llegado a la Argentina procedente de su Austria natal en 1924. Para el momento en que sus correrías llegaron al final, Langer contaba con 41 años de edad. A pesar de su larga carrera de espía, sus inicios en el nazismo no habían sido como agente secreto, sino como líder de la “Sociedad de Beneficencia y Cultura Teutonia”, en la provincia de Tucumán. Allí había llegado en 1938 como representante comercial de la firma Staudt & Cía. Ser dirigente de dicha sociedad equivalía, en aquel lejano momento, a ser dirigente del partido nazi local. Aquella era la denominación que dicha organización había tomadoen en las penumbras, luego de ser prohibido en ese mismo año en Argentina.
Desde su casa en el norte del país, Langer dirigió personalmente en 1940 la fuga de dos marinos del Graf Spee que se hallaban ocultos en Salta. Un hecho que propició su ingreso a los círculos de espionaje que operaban a favor del Tercer Reich en Argentina. Utilizando su automóvil marca Fiat y subvencionado con fondos propios, condujo incansablemente por viejos caminos de ripio a los dos marinos prófugos hasta el paso de San Francisco. Tenían el claron objetivo de que retornar a Europa a través de Chile. En aquella oportunidad, y casi por casualidad, Langer conoció al agente del Abwehr Wilhelm Seidlitz, uno de los principales espías bajo el mando del Agregado Naval de la Embajada Alemana en Buenos Aires, Capitán de Fragata Dietrich Niebuhr. Fue Seidlitz quien integró a Langer al Servicio, una vez que éste se radicó definitivamente en Buenos Aires a finales de 1940. Su función dentro de la organización consistió en obtener pasaportes falsos. Los documentos los obtenía de los falangistas españoles, una cuadrilla de dudosa reputación liderada por Esteban Jesús Amorín. Este último era un oscuro falsificador, quien amasó una pequeña fortuna lucrando con los escapes de alemanes hacia Europa utilizando barcos de bandera española. Langer también se dedicó, por orden de sus superiores, a traficar hacia Alemania materiales de gran valor y escasez en el Reich, como por ejemplo platino o diamantes industriales. Las relaciones entre falangistas y nazis en Buenos Aires eran prácticamente monopolizadas por el encumbrado agente austriaco.
Había llegado a la Argentina procedente de su Austria natal en 1924. Para el momento en que sus correrías llegaron al final, Langer contaba con 41 años de edad. A pesar de su larga carrera de espía, sus inicios en el nazismo no habían sido como agente secreto, sino como líder de la “Sociedad de Beneficencia y Cultura Teutonia”, en la provincia de Tucumán. Allí había llegado en 1938 como representante comercial de la firma Staudt & Cía. Ser dirigente de dicha sociedad equivalía, en aquel lejano momento, a ser dirigente del partido nazi local. Aquella era la denominación que dicha organización había tomadoen en las penumbras, luego de ser prohibido en ese mismo año en Argentina.
Desde su casa en el norte del país, Langer dirigió personalmente en 1940 la fuga de dos marinos del Graf Spee que se hallaban ocultos en Salta. Un hecho que propició su ingreso a los círculos de espionaje que operaban a favor del Tercer Reich en Argentina. Utilizando su automóvil marca Fiat y subvencionado con fondos propios, condujo incansablemente por viejos caminos de ripio a los dos marinos prófugos hasta el paso de San Francisco. Tenían el claron objetivo de que retornar a Europa a través de Chile. En aquella oportunidad, y casi por casualidad, Langer conoció al agente del Abwehr Wilhelm Seidlitz, uno de los principales espías bajo el mando del Agregado Naval de la Embajada Alemana en Buenos Aires, Capitán de Fragata Dietrich Niebuhr. Fue Seidlitz quien integró a Langer al Servicio, una vez que éste se radicó definitivamente en Buenos Aires a finales de 1940. Su función dentro de la organización consistió en obtener pasaportes falsos. Los documentos los obtenía de los falangistas españoles, una cuadrilla de dudosa reputación liderada por Esteban Jesús Amorín. Este último era un oscuro falsificador, quien amasó una pequeña fortuna lucrando con los escapes de alemanes hacia Europa utilizando barcos de bandera española. Langer también se dedicó, por orden de sus superiores, a traficar hacia Alemania materiales de gran valor y escasez en el Reich, como por ejemplo platino o diamantes industriales. Las relaciones entre falangistas y nazis en Buenos Aires eran prácticamente monopolizadas por el encumbrado agente austriaco.
Para 1944, tras el escándalo del caso Osmar Hellmuth, la Argentina se vio obligada a poner fin a las redes de espionaje alemanas. Pronto comenzaron las redadas. El nombre de Seidlitz fue uno de los primeros en aparecer en la prensa y no tardó en ser apresado. Debido a ello, la existencia de Langer y sus actividades pronto fueron descubiertas. De todas maneras, el agente austriaco resultó una nuez muy difícil de roer para la Policía; recién seis meses después de la ruptura de relaciones diplomáticas pudo ser apresado por Coordinación Federal.
Cansado de escapar y ocultarse en lugares tan remotos como Río Negro, las Islas del Tigre o la desolada cordillera de Los Andes, Langer se entregó. No ofreció resistencia alguna y casi no se esforzó en negar su verdadera identidad. Aquella fría mañana, en el desolado paraje de Tocota, el agente austriaco comenzaba su largo cautiverio en manos de las autoridades argentinas…
Algunas fotografías actuales del desolado paraje