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Este blog tiene como objetivo describir hechos históricos. Bajo ningún concepto se tratan temas políticos. La aparición de cualquier imagen o fotografía relacionada a regímenes totalitarios es puramente ilustrativa y relacionada a temas históricos tocados en el sitio.

Labougle, el embajador olvidado

Nota publicada en el suplemento de cultura del Diario La Prensa, 24/06/2018.

El historiador Julio B. Mutti investigó la tarea del diplomático argentino en la Alemania nazi. Se desempeñó al frente de la legación argentina en Berlín entre los años 1932 y 1939. Pese a la relación personal con varios jerarcas, ideológicamente estuvo en las antípodas del nazismo y logró convertirse en un referente para las potencias occidentales.

Pablo S. Otero


Hace ochenta años, a mediados de mayo de 1938, el diputado socialista Enrique Dickmann presentaba un proyecto en el Congreso solicitando la creación de una Comisión Especial para investigar las actividades ilegales del nazismo en nuestro país. Un largo período de tiempo ha transcurrido y pese a que mucho se ha escrito acerca de la relación entre la Argentina y el nazismo, continúa siendo hoy un asunto que atrae a investigadores de todo el mundo.

En nuestro país, uno de los más destacados especialistas sobre la materia es Julio B. Mutti, cuyos trabajos publicados sobre el tema (Mito y realidad sobre la muerte de Adolf Hiltler, Sumergibles alemanes en la Argentina y Nazis en las sombras, editado en España) demuestran una acentuada rigurosidad histórica, lejos de los mitos y fantasías que se suelen tejer sobre el tema.

En el ojo del huracán (Olmo Ediciones, 221 páginas) es su último trabajo recientemente publicado, que dedica a la actuación de Eduardo Labougle Carranza (1883-1965) como embajador argentino en Berlín entre 1932 y 1939.

En diálogo con La Prensa, repasó Mutti las principales características de esta investigación que intenta rescatar, a partir de una minuciosa tarea que lo llevó por diferentes archivos estatales, y con una lograda escritura que realza el duro dato histórico, la personalidad y la labor de un personaje casi olvidado para la historiografía argentina. A continuación el diálogo mantenido.

-¿De que manera se interesó por los temas de la Alemania nazi?

Labougle junto al ministro nazi Alfred Rosenberg

-En realidad, mi interés inicial comenzó en relación a todo lo referido a la historia de la Segunda Guerra Mundial. Cuando era muy chico, tal vez 11 o 12 años, di con una buena colección de revistas de la década de los cincuenta y sesenta sobre la guerra. Habían sido de mi abuelo paterno y aún hoy las conservo, junto con muchos libros también heredados de él. Así fue como comencé desde muy pequeño a interesarme en estos temas. Con los años resultó inevitable abordar al nazismo y en especial a su relación con la Argentina.

-Y en particular...¿cómo fue el camino que lo llevó a Eduardo Labougle?

-Fue un personaje que fue surgiendo en mis investigaciones poco a poco. Recuerdo que hace algunos años, mientras investigaba para mi libro sobre el espionaje alemán en Argentina durante la guerra, Nazis en las sombras, di con una serie de reportes enviados por Labougle desde Berlín: denunciaba el avance del nazismo en Argentina con detalles sorprendentes. Estos reportes estaban en el archivo de la Cámara de Diputados. Publicado mi libro sobre los espías en 2015, me llamó la atención la completa falta de trabajos sobre Labougle, un argentino que se revelaba tan importante en el polvorín diplomático que era Berlín justo antes del estallido de la guerra. Así fue como comencé a trabajar en los muy abundantes archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores y a reconstruir el desempeño de este hombre que se codeó con los personajes más importantes de la época.

DOS AÑOS

Tapa del suplemento de Cultura LP.

-¿Cuánto tiempo dedicó a la investigación y que archivos consultó?

-La investigación y la posterior escritura me llevaron alrededor de dos años de trabajo. La principal fuente de información fueron los informes completísimos que Labougle envió desde Alemania entre 1932 y 1939. Estos documentos se encuentran, por supuesto, en el archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, División Política. Sin embargo, fue necesario completar el trabajo de investigación con el Archivo General del Poder Legislativo y el Archivo General de la Nación. Y como en cualquier reconstrucción histórica, resultó fundamental tomar contacto con los diarios de la época.

-También tuvo la posibilidad de tener contacto con sus familiares...

-Sí. La primera versión del manuscrito se terminó sin el testimonio de los familiares, pero tanto yo como el editor pensamos que sería muy valioso contar con el testimonio de la familia. No fue sencillo, pero pude dar con la única hijo viva que de Labougle, Delia. Tanto ella como su familia colaboraron de gran forma. Pude entrevistar largamente a Delia en diciembre de 2016, durante horas, en compañía de su hijo. Su aporte se ve reflejado principalmente en el largo epílogo del libro. Lamentablemente, Delia murió dos meses después de las conversaciones y no pudo ver concretada la edición del libro. La experiencia de haberla entrevistado fue única. Sus recuerdos de aquellos años estaban grabados de manera indeleble en su memoria. Recordaba detalles con increíble precisión, como "La noche de los cristales rotos" o cómo contemplaba a Hitler durante los desfiles, con sus ojos juveniles, desde su lugar en la tribuna del cuerpo diplomático.

-¿Cómo podría definir la relación de Labougle con el nazismo?

-Es un vínculo que debe analizarse desde dos aristas diferentes. En primer lugar, no cabe duda que ideológicamente estaba en las antípodas del nazismo o el fascismo. Era un diplomático de carrera que no se mezclaba en la vida política como la conocemos, cuyo pensamiento tenía una clara orientación democrática con ciertos matices liberales. Así se encargó de dejarlo en claro en innumerables informes enviados a sus superiores en Buenos Aires, que no eran meramente descriptivos, sino que contenían vivas opiniones y hondas reflexiones sobre la marcha de los acontecimientos en Alemania, en Argentina y de política exterior. Nunca dejó de informar sobre la persecución de judíos y sobre otros excesos del nazismo. En segundo lugar, podemos decir que Labougle era un hombre muy consciente del momento que atravesaban las relaciones de Alemania con Argentina, y de la importancia central que daba el Reich al país sudamericano. Si a esto sumamos que las relaciones de Labougle con la alta sociedad alemana databan de la década del diez (había estado asignado a la legación argentina en los años de la Primera Guerra Mundial), vamos a encontrarnos con un personaje que se movía en los más encumbrado de la vida social de Berlín. Y como no podía ser de otra forma, esto incluía a una variedad de nazis de todo tipo.

Labougle fue recibido en privado por el mismo Hitler, por Göring y Ribbentrop, agasajado por los Hohenzollern, conocía en persona a Himmler y dialogaba regularmente por Weizsacker, el secretario de estado del Ministerio de Asuntos Extranjeros; mientras que, por otro lado, representantes de otros países sudamericanos que no interesaban a los nazis no eran siquiera recibidos por un jefe de protocolo. El jefe supremo de las S.A., Viktor Lutze, fue su "amigo" y organizó en su honor una fiesta en 1939 cuando dejó Berlín.

INFILTRACION

-El tema de la infiltración nazi en la Argentina, según surge de sus informes, fue uno de los que realmente lo tenía preocupado.

-Durante su estadía de 7 años en Berlín, Labougle sufrió muchas y grandes preocupaciones por las andanzas del nazismo. No tengo dudas de que la penetración nacionalsocialista en muchos aspectos de la vida de los residentes alemanes en Argentina, y especialmente sobre sus hijos nacidos en nuestro país, le quitaba el sueño. Reiteradamente alertó a sus jefes en Buenos Aires y se quejó en vano ante encumbrados funcionarios nazis, incluido el mismísimo Hermann Göring. Esto le llevaba a tener una antipatía muy marcada hacia Ernst Bohle, el jefe del partido nazi para las naciones extranjeras.

-Cómo por ejemplo el mártir nazi de Villa Ballester...

-Por supuesto que ese asunto del "mártir" nazi de Villa Ballester, de nombre Josef Riedle, súbdito del Reich, y especialmente cómo lo trató la prensa alemana, tal como si fuera un caso similar al asesinato de Gustloff que tanto turbó a los nacionalsocialistas, produjo serias preocupaciones en el embajador argentino. Estaba muy turbado porque sabía que se había tratado de un asesinato ordinario y aquel montaje de los nazis, que dejaba mal parada a la Argentina, era obra del odiado Bohle.

-Según relata en su libro, el entonces embajador también fue testigo de históricos hechos como el incendio del Congreso o "La noche de los cristales rotos".

-Efectivamente. Labougle era un hábil y aguzado analista político, además de ser un buen narrador. Sus interminables contactos en la sociedad, la diplomacia y la industria le hacían siempre llevar la delantera en la información. Sus dossiers estaban casi siempre acompañados de información complementaria y un análisis personal de lo que estaba por venir. La kristallnacht le causó una profunda y amarga impresión. Especialmente quedó consternado con el tratamiento que los nazis le dispensaron a los funcionarios de la embajada colombiana, quienes se detuvieron en la calle a observar las atrocidades que perpetraban los SS. Sus informes fueron muy elocuentes al respecto.

-En relación al tema de los judíos en Alemania, ¿cómo fue su actuación?

-La actitud de Labougle en un principio fue algo endurecido con respecto a los israelitas nacidos en Alemania, naturalizados argentinos y retornados luego a su patria. Era partidario de no visar esos pasaportes y tratar a esas personas como alemanes. De todas formas, el Ministerio de Relaciones Exteriores argentino fue lapidario al respecto, "se trataba de alemanes viviendo en Alemania", y en esa época la Argentina no aceptaba la doble nacionalidad. Además, en 1938, dicho ministerio emitió claras instrucciones para que, a riesgo de perder sus puestos, los funcionarios argentinos dejaran de visar pasaportes de judíos que pretendieran refugiarse en Argentina. Con el correr del tiempo, y de las atrocidades contra los judíos, Labougle fue dándose cuenta de que el único futuro para un judío en Alemania era el de picar piedras en un campo de concentración. Así fue que instruyó a sus funcionarios para que hicieran lo posible para ayudar a esas personas. Mientras otros hacían grandes negociados con los pasaportes de judíos, Labougle se mantuvo incorruptible.

-¿Cómo culminó la carrera diplomática?

-Luego de renunciar en 1942 a la embajada en Brasil, en abierto desacuerdo con las políticas de neutralidad esgrimidas por el canciller Ruiz Guiñazú, las cuales creía funcionales a la Alemania de Hitler, se retiró a la vida privada. Sólo regresó brevemente al servicio activo para tomar una embajada, otra vez en Alemania, mucho tiempo después de la guerra. Este hecho demuestra su clara "desnazificación", ya que en 1956, diez años después de la catástrofe, difícilmente Konrad Adenauer hubiera aceptado las credenciales de un diplomático pronazi.

-¿Labougle puede ser presentado como un modelo de integridad?

-Desde mi punto de vista, lo es. La comunidad judía, luego de algunos titubeos de vieja data, hoy coincide mayormente en que su gestión al frente de la embajada de la Argentina no es criticable, al contrario. Debemos tener en cuenta que Labougle fue embajador en la Alemania nazi en un momento en que las relaciones bilaterales entre ambas naciones eran activas, crecientes, desde el punto de vista comercial, y amistosas. En ese contexto, Labougle realizó un trabajo, desde lo profesional, inmejorable. Ocupó siempre el centro de la escena diplomática en aquella Berlín a punto de estallar, pero no sólo para los alemanes, sino, tal como lo narro en el libro, para las potencias occidentales, cuyos representantes no dudaron en consultarlo sobre los más delicados asuntos. Su integridad queda fuera de discusión. Siempre fue un hombre apegado a las normas y los reglamentos, incluso demasiado.




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