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Este blog tiene como objetivo describir hechos históricos. Bajo ningún concepto se tratan temas políticos. La aparición de cualquier imagen o fotografía relacionada a regímenes totalitarios es puramente ilustrativa y relacionada a temas históricos tocados en el sitio.

La crisis de los torpedos en primera persona

Hace poco tiempo aparecieron en Amazon las memorias en español del gran almirante Erich Raeder, tituladas "Mi vida". No dudé en comprar los dos tomos, ya que hasta el momento solo las había visto en alemán, su idioma de publicación original.

Cada página de la autobiografía es un verdadero documento histórico; desde la Batalla de Jutlandia, donde Raeder fue jefe de Estado de Mayor del legendario escuadrón de cruceros de batalla de Hipper, hasta sus amargas pelear con Hitler ya como líder de la Kriegsmarine, Raeder cuenta con lujo de detalle sus días de protagonismo en las guerras mundiales.  

Me pareció particularmente interesante la descripción que Raeder hizo sobre la crisis de los torpedos. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes sufrieron un desperfecto imperdonable en los detonadores de estos proyectiles, lo que impidió a los submarinos obtener todavía más éxitos en su lucha contra la Marina Mercante británica.

Mi vida de Erich Raeder

La crisis de los torpedos por Erich Raeder, extracto de "Mi Vida":

CAPÍTULO XV LA CRISIS POR FALLO DE LOS TORFEDOS Y SU SOLUCIÓN

Los detalles de la acción de Noruega habían dado ocasión para acreditar excelentes condiciones, tales como espíritu de iniciativa en los mandos, incluso en los más jóvenes, autonomía hasta de las unidades pequeñas y una gran flexibilidad para adaptarse a las necesidades de situaciones inesperadas. Pero por eso mismo se hizo doblemente sensible el hecho de que en aguas noruegas quedó demostrado el fallo de la mayoría de los torpedos disparados por los submarinos que hasta entonces solamente se sospechaba. Frente a las costas noruegas vimos que una porción de magníficas ocasiones se habían escapado de las manos de los comandantes de submarino mejor formados y acreditados por un inexplicable fallo de los torpedos disparados. Perdieron así los sumergibles gran número de blancos de antemano considerados como indefectibles, y en el curso ulterior de la estrategia naval hubo de influir decisivamente el hecho de que tantas y tan importantes unidades enemigas hubieran salido indemnes de nuestros ataques. Porque en ese momento no había duda de que nuestras listas de hundimientos hubieran registrado los de bastantes navíos de línea, acorazados, cruceros y destructores, además de transportes, si los torpedos del arma submarina hubieran estallado.

La evidencia del fallo de los torpedos en los submarinos produjo consternación y alarma, dando lugar a una crisis de confianza y a que inmediatamente se adoptaran enérgicas medidas para subsanar las deficiencias técnicas y dejar los torpedos en condiciones de impecable funcionamiento. Como requisito indispensable para que la actuación de los submarinos no quedase en mero ademán ineficaz, exigía el comandante en jefe del arma el suministro de torpedos en las debidas condiciones, apremiando con toda franqueza y energía para que se hiciese una indagación rigurosa y se dejase de una vez en claro lo que tan brumoso parecía.

En su consecuencia, el 20 de abril de 1940 me resolví a nombrar una comisión especial de torpedos, integrada por personas de reconocida autoridad en las ciencias y en la industria, que se entregaron con el mayor empeño al estudio y esclarecimiento de las anomalías observadas y que se acreditaron de perspicaces. Me vi, además, en el doloroso deber de disponer la formación de un consejo de guerra, que en ciertos casos llegó luego a la imposición de penas. En términos generales habían concurrido a originar el fallo una multiplicidad de imperfecciones y descuidos que se remontaban muy atrás en el tiempo. Defectos que, por ejemplo, quedaron de manifiesto en las pruebas efectuadas en tiempo de paz, no habían sido luego subsanados con el escrupuloso esmero necesario. Y si al principio, cuando el Tratado de Versalles pesaba sobre la defensa alemana con sus limitaciones, hasta cierto punto podían justificarse las improvisaciones por la escasez de recursos y de personal, no podía decirse lo mismo de los años posteriores.

En Eckernförde contaba la Armada con un centro de ensayo de torpedos, en donde trabajaban oficiales y técnicos experimentados. Allí se había conseguido, en una paciente labor acumulada en los largos años de paz, superar las dificultades de la estrechez económica y de la falta de personal e introducir toda una serie de innovaciones de verdadera trascendencia, sobre todo para los submarinos. El más importante de los inventos había sido el torpedo eléctrico sin burbujas, cuyo curso resultaba imperceptible para el enemigo; aparte de que tampoco la partida del proyectil desde el submarino levantaba como antes sospechosas ondulaciones en el agua, delatoras del disparo. Asimismo despertaba grandes esperanzas el dispositivo de encendido del torpedo por efecto magnético, conocido por la denominación de espoleta de encendido a distancia. Con ello se podía disparar el torpedo a mayor profundidad y con mayor seguridad, además de que estallaba con efectos tremendos bajo la quilla de la unidad enemiga.

Poco después del comienzo de la guerra empezaron a nacer dudas sobre la eficacia del dispositivo magnético, por las noticias que del frente llegaban acerca de la inseguridad del autoencendido. Lo que dio lugar a que se retirase del frente hasta nueva orden y volviésemos al procedimiento menos eficaz de disparar los torpedos con espoleta de percusión. En esto sobrevino nuestra acción en Noruega, en la que tuvimos la amarga sorpresa de comprobar el fracaso de la intervención submarina y ver que no sólo fallaba la espoleta, sino que otras funciones del torpedo eran igualmente deficientes y que su curso o deslizamiento profundo no estaba garantizado. Sobraban motivos para la suposición de que la mayoría de los torpedos lanzados con espoleta de percusión no habían hecho blanco por trasponerlo a excesiva profundidad y sin detonar.

La situación era demasiado comprometida para que no recurriésemos a todos los medios de investigación hasta dar con los motivos. Todos los centros y servicios relacionados con el estudio, el diseño, la producción y las pruebas del torpedo, dentro y fuera de la Armada, se pusieron a despejar la incógnita con verdadero ardor. Comprendía cada cual que en la crítica situación en que nos veíamos no cabía recurrir a medidas tímidas, a las medias tintas, sino que había que buscar una salida cuanto antes y sin reparar en medios. A lo que contribuyó muy principalmente la gran energía del comandante en jefe del arma submarina.

El resultado inequívoco de los minuciosos y metódicos reconocimientos y pruebas fue la evidencia de que el torpedo suministrado a los submarinos distaba mucho de reunir las condiciones de seguridad de encendido y trayectoria en profundidad que un arma cualquiera había de tener para ser usada como principal en el frente de guerra. De todo ello se desprendía la necesidad urgente de buscar solución a tres problemas fundamentales: eliminar las causas del fallo, introducir nuevos perfeccionamientos basados en las experiencias de la guerra y asegurar la producción en masa del torpedo perfeccionado. En los tres aspectos había que dar preferencia a las exigencias de la guerra submarina, aun contando con que la sola eliminación de las causas del fallo reclamaba muchos y muy pacientes ensayos.

Una vez conseguida en las industrias de armamentos la declaración de urgencia requerida, se procedió a una sustancial ampliación de medios y de personal. Instituciones universitarias, laboratorios de empresas privadas e instalaciones de la Armada se vieron de pronto reanimadas por la incorporación de nuevo personal técnico, especialmente calificado por su juventud y competencia, que en parte había sido traído de los frentes y que ahora pugnaba en noble rivalidad por alcanzar la solución del problema planteado.

Su esfuerzo no quedó sin recompensa, pues en el año 1942 llegó a disiparse al fin la crisis, al cabo de una larga campaña en la que habían contraído méritos singulares el jefe de inspección de torpedos, vicealmirante Kummetz, y sus principales colaboradores técnicos y militares. En ese momento los torpedos fueron un arma de confianza y no hubo dificultades para fabricarlos en cantidad suficiente. Al mismo tiempo se consiguió introducir modificaciones y perfeccionamientos de ventajosa aplicación, sobre todo contra convoyes. Entre éstos estaban en primer lugar el torpedo de curso en zigzag, que atravesaba varias veces la ruta del convoy hasta dar en el blanco, y el rastreador, que, disparado contra un destructor lanzado al ataque, iba a dar en el blanco guiado por el ruido de la hélice de la unidad enemiga.

El fallo inicial de los torpedos del arma submarina representó un duro golpe para la guerra naval por sus directas consecuencias de frustración y por el efecto psicológico con que repercutía en las tripulaciones de los sumergibles. Con igual franqueza tengo que reconocer, sin embargo, que todos los sectores interesados, como eran el frente, los centros de ensayo, el servicio de armamento, la industria y la ciencia, colaboraron estrechamente en la labor de hacer del torpedo un arma segura y de efectos bastante superiores a los tradicionales, por haberse percatado plenamente de la trascendencia del problema.

¿Por qué las fuerzas aliadas dejaron Berlín a los soviéticos en el final de la Segunda Guerra Mundial?

Hasta nuestros días se ha especulado acerca del motivo que llevó al comandante en jefe aliado, general Eisenhower, a detener el avance de sus tropas en dirección al este, y de esa manera dejar la captura de la capital del Reich a los soviéticos. Montgomery insistió en algunas ocasiones en que podría llegar antes que los rusos, obteniendo siempre la negativa de su jefe. Por otro lado, las teorías conspirativas han hecho su parte, como es habitual, para desviar la verdadera historia del conocimiento popular.

Pero dejemos que el mismo Eisenhower nos cuente, tal como lo hizo en su monumental libro de memorias “Cruzada en Europa”, los valederos motivos que lo llevaros a tomar esta decisión, que por otra parte es consistente con su manera de actuar durante toda la guerra:

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“Un objetivo natural más allá del Ruhr era Berlín. Era política y psicológicamente importante como símbolo del poder alemán restante. Decidí, sin embargo, que no era el objetivo lógico ni el más deseable para las fuerzas de los Aliados Occidentales."

"Cuando nos paramos en el Rin en la última semana de marzo, estábamos a 300 millas de Berlín, con el obstáculo del Elba todavía a millas de distancia de nuestro frente."

"Las fuerzas rusas estaban firmemente establecidas en el Oder con una cabeza de puente en su orilla occidental a sólo treinta millas de Berlín. Nuestra fuerza logística, que incluía la capacidad de entregar a los elementos avanzados unas 2.000 toneladas de suministros por transporte aéreo todos los días, mantendría nuestras puntas de lanza avanzando por toda Alemania. Pero si teníamos que planear un cruce forzado del Elba, con el único propósito de intentar sitiar Berlín, ocurrirían dos cosas. La primera de ellas era que, con toda probabilidad, las fuerzas rusas estarían alrededor de la ciudad mucho antes de que pudiéramos aparecer allí. La segunda era que mantener una fuerza fuerte a tal distancia de nuestras principales bases a lo largo del Rin habría significado la inmovilización práctica de las unidades a lo largo del resto del frente. Esto me pareció más que imprudente; era estúpido. Había varios otros propósitos importantes, más allá del cerco del Ruhr, que debían cumplirse rápidamente."

"Era deseable empujar nuestras puntas de lanza rápidamente a través de Alemania hasta un encuentro con las fuerzas rojas, para así dividir el país y prevenir efectivamente cualquier posibilidad de que las fuerzas alemanas actuaran como una unidad. También era importante apoderarse de la ciudad de Lübeck, en el extremo norte, lo antes posible. Al hacerlo, aislaríamos a todas las tropas alemanas que quedaban en la península danesa, así como a las que todavía estaban en Noruega. Tal avance también nos ganaría los puertos del norte de Alemania a través de la captura de Bremen o Hamburgo, o ambos. Esto volvería a acortar nuestra línea de comunicaciones.”

Teorías conspirativas: Recientemente, un descabellado pero famoso programa de TV ha mencionado que esta decisión de Eisenhower tuvo que ver con que el comandante en jefe tenía la información de que Hitler, en realidad, estaba escondido en su reducto del sur de Alemania y no en su bunker de la capital, y que por eso Ike desvió importantes fuerzas hacia allí y no a Berlín. A propósito de esta delirante teoría, el comandante en jefe continúa recordando en su libro el motivo de tal movimiento:

“Igualmente importante era la conveniencia de penetrar y destruir el llamado ‘Reducto Nacional’. Durante muchas semanas habíamos estado recibiendo informes de que la intención nazi era retirar a la flor y nata de las SS, la Gestapo y otras organizaciones fanáticamente devotas a Hitler, hacia las montañas del sur de Baviera, el oeste de Austria y el norte de Italia. Allí esperaban bloquear los tortuosos pasos de montaña y resistir indefinidamente a los Aliados. Tal fortaleza siempre podría reducirse, por hambre o de otra manera. Pero si a los alemanes se les permitía establecer el reducto, posiblemente nos obligaría a participar en una guerra de guerrillas de larga duración, o en un asedio costoso. Así podía mantener viva su desesperada esperanza de que, a través del desacuerdo entre los Aliados, pudiera obtener términos más favorables que los de la rendición incondicional. La evidencia era clara de que los nazis tenían la intención de hacer el intento y decidí no darle oportunidad de llevarlo a cabo.”

Oberleutnant Wilhelm Groche

Recopilando historias para el próximo libro: En el primer piso de este viejo edificio de la calle Paraná 344, a media cuadra de Corrientes, en el centro de Buenos Aires, vivió el Oberleutnant Wilhelm Groche.

Nacido en Breslau el 27 de septiembre de 1894, Groche había llegado a la Argentina el 26 de abril de 1920 en el vapor “Maffalda”. Lo acompañaban su esposa Elina y sus hijos Karl y Regine, de 7 y 8 años.

La madrugada del 1 de septiembre de 1939, cuando estalló la guerra, el veterano teniente Groche entró en Polonia al mando de la 1° Compañía del 309° Regimiento de Infantería (208° División de Infantería). Sin embargo, la guerra duró muy poco para él. El 13 de septiembre murió en el Feldlazarett 208 (Hospital de campaña 208) en Jarantowice, un pueblo polaco que se encuentra 125 kilómetros al sur de Danzig. Había sido herido por un proyectil de artillería enemigo. Estaba por cumplir 45 años.