U-Boat Argentina

Este blog tiene como objetivo describir hechos históricos. Bajo ningún concepto se tratan temas políticos. La aparición de cualquier imagen o fotografía relacionada a regímenes totalitarios es puramente ilustrativa y relacionada a temas históricos tocados en el sitio.

Argentina en las Olimpíadas de Hitler

En 1936, el régimen nazi organizó los Juegos Olímpicos en la capital del Reich, Berlín.
Argentina, por supuesto, presentó una pequeña delegación que fue recibida en junio de ese año por el supervisor del evento, el nazi Dr. Julius Lippert. 
Lippert era un suizo que ya desde 1922 había entrado al partido de Hitler. Logró notoriedad gracias a sus conexiones con Joseph Goebbels y para 1933 fue proclamado Reichskommissar de Berlín. Desde entonces se dedicó a purgar la capital de judíos y opositores políticos. Sus luchas de poder con políticos más poderosos condujeron a su caída. Finalmente, en 1940, Lippert discutió con Adolf Hitler y fue enviado a Bélgica.
Como dijimos, En 1936 Lippert supervisó las Olimpiadas e intentó causar una buena impresión en los turistas. En la fotografía de más abajo, tomada el 26 de junio de 1936, exactamente hace 82 años, se lo puede ver recibiendo a la delegación Argentina como "comisario de estado del Consejo Deliberante Berlinés":
(1) Desconocido
(2) Raúl Almeida, presidente de la delegación argentina
(3) Julius Lippert
(4) Embajador Eduardo Labougle
(5) Dr. Luis H. Irigoyen
(6) El entonces mayor Orlando Peluffo (esgrimista). Futuro ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno argentino de facto (1944).

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En la siguiente fotografía, podemos ver el desfile de la delegación argentina por las calles de Berlín, como consecuencia de un homenaje por la fecha patria del 9 de julio (1936).

Delante de la delegación, y precedida por una banda de las Wehrmacht, caminan:
(1) Coronel Juan Carlos Sanguinetti.
(2) Embajador E. Labougle.
Detrás de Sanguinetti, también con uniforme de oficial del Ejército Argentina, camina el General Enrique Jauregui.  
El alto oficial de las Wehrmatch que conversa con Labougle, es el teniente coronel Werner Albrecht Freiherr von und zu Gilsa (luego general) que en 1936 se desempeñaba como Kommandant der dorfes o comandante de la Villa Olímpica. Gilsa combatió en la Segunda Guerra Mundial, destacándose como comandante de regimiento y luego como general de división (1943). En 1945 llegó a ser comandante militar de Dresde. Se suicidó el 8 de mayo de 1945 antes de caer prisionero de los rusos.

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En la última imagen, tomada en la Villa Olímpica de la capital del Reich, podemos ver a algunos integrantes de la delegación argentina colocando una ofrenda floral. Agosto de 1936:
Detrás de la ofrenda caminan el embajador Labougle, el teniente coronel von Gilsa y el coronel Sanguinetti.


Labougle, el embajador olvidado

Nota publicada en el suplemento de cultura del Diario La Prensa, 24/06/2018.

El historiador Julio B. Mutti investigó la tarea del diplomático argentino en la Alemania nazi. Se desempeñó al frente de la legación argentina en Berlín entre los años 1932 y 1939. Pese a la relación personal con varios jerarcas, ideológicamente estuvo en las antípodas del nazismo y logró convertirse en un referente para las potencias occidentales.

Pablo S. Otero


Hace ochenta años, a mediados de mayo de 1938, el diputado socialista Enrique Dickmann presentaba un proyecto en el Congreso solicitando la creación de una Comisión Especial para investigar las actividades ilegales del nazismo en nuestro país. Un largo período de tiempo ha transcurrido y pese a que mucho se ha escrito acerca de la relación entre la Argentina y el nazismo, continúa siendo hoy un asunto que atrae a investigadores de todo el mundo.

En nuestro país, uno de los más destacados especialistas sobre la materia es Julio B. Mutti, cuyos trabajos publicados sobre el tema (Mito y realidad sobre la muerte de Adolf Hiltler, Sumergibles alemanes en la Argentina y Nazis en las sombras, editado en España) demuestran una acentuada rigurosidad histórica, lejos de los mitos y fantasías que se suelen tejer sobre el tema.

En el ojo del huracán (Olmo Ediciones, 221 páginas) es su último trabajo recientemente publicado, que dedica a la actuación de Eduardo Labougle Carranza (1883-1965) como embajador argentino en Berlín entre 1932 y 1939.

En diálogo con La Prensa, repasó Mutti las principales características de esta investigación que intenta rescatar, a partir de una minuciosa tarea que lo llevó por diferentes archivos estatales, y con una lograda escritura que realza el duro dato histórico, la personalidad y la labor de un personaje casi olvidado para la historiografía argentina. A continuación el diálogo mantenido.

-¿De que manera se interesó por los temas de la Alemania nazi?

Labougle junto al ministro nazi Alfred Rosenberg

-En realidad, mi interés inicial comenzó en relación a todo lo referido a la historia de la Segunda Guerra Mundial. Cuando era muy chico, tal vez 11 o 12 años, di con una buena colección de revistas de la década de los cincuenta y sesenta sobre la guerra. Habían sido de mi abuelo paterno y aún hoy las conservo, junto con muchos libros también heredados de él. Así fue como comencé desde muy pequeño a interesarme en estos temas. Con los años resultó inevitable abordar al nazismo y en especial a su relación con la Argentina.

-Y en particular...¿cómo fue el camino que lo llevó a Eduardo Labougle?

-Fue un personaje que fue surgiendo en mis investigaciones poco a poco. Recuerdo que hace algunos años, mientras investigaba para mi libro sobre el espionaje alemán en Argentina durante la guerra, Nazis en las sombras, di con una serie de reportes enviados por Labougle desde Berlín: denunciaba el avance del nazismo en Argentina con detalles sorprendentes. Estos reportes estaban en el archivo de la Cámara de Diputados. Publicado mi libro sobre los espías en 2015, me llamó la atención la completa falta de trabajos sobre Labougle, un argentino que se revelaba tan importante en el polvorín diplomático que era Berlín justo antes del estallido de la guerra. Así fue como comencé a trabajar en los muy abundantes archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores y a reconstruir el desempeño de este hombre que se codeó con los personajes más importantes de la época.

DOS AÑOS

Tapa del suplemento de Cultura LP.

-¿Cuánto tiempo dedicó a la investigación y que archivos consultó?

-La investigación y la posterior escritura me llevaron alrededor de dos años de trabajo. La principal fuente de información fueron los informes completísimos que Labougle envió desde Alemania entre 1932 y 1939. Estos documentos se encuentran, por supuesto, en el archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, División Política. Sin embargo, fue necesario completar el trabajo de investigación con el Archivo General del Poder Legislativo y el Archivo General de la Nación. Y como en cualquier reconstrucción histórica, resultó fundamental tomar contacto con los diarios de la época.

-También tuvo la posibilidad de tener contacto con sus familiares...

-Sí. La primera versión del manuscrito se terminó sin el testimonio de los familiares, pero tanto yo como el editor pensamos que sería muy valioso contar con el testimonio de la familia. No fue sencillo, pero pude dar con la única hijo viva que de Labougle, Delia. Tanto ella como su familia colaboraron de gran forma. Pude entrevistar largamente a Delia en diciembre de 2016, durante horas, en compañía de su hijo. Su aporte se ve reflejado principalmente en el largo epílogo del libro. Lamentablemente, Delia murió dos meses después de las conversaciones y no pudo ver concretada la edición del libro. La experiencia de haberla entrevistado fue única. Sus recuerdos de aquellos años estaban grabados de manera indeleble en su memoria. Recordaba detalles con increíble precisión, como "La noche de los cristales rotos" o cómo contemplaba a Hitler durante los desfiles, con sus ojos juveniles, desde su lugar en la tribuna del cuerpo diplomático.

-¿Cómo podría definir la relación de Labougle con el nazismo?

-Es un vínculo que debe analizarse desde dos aristas diferentes. En primer lugar, no cabe duda que ideológicamente estaba en las antípodas del nazismo o el fascismo. Era un diplomático de carrera que no se mezclaba en la vida política como la conocemos, cuyo pensamiento tenía una clara orientación democrática con ciertos matices liberales. Así se encargó de dejarlo en claro en innumerables informes enviados a sus superiores en Buenos Aires, que no eran meramente descriptivos, sino que contenían vivas opiniones y hondas reflexiones sobre la marcha de los acontecimientos en Alemania, en Argentina y de política exterior. Nunca dejó de informar sobre la persecución de judíos y sobre otros excesos del nazismo. En segundo lugar, podemos decir que Labougle era un hombre muy consciente del momento que atravesaban las relaciones de Alemania con Argentina, y de la importancia central que daba el Reich al país sudamericano. Si a esto sumamos que las relaciones de Labougle con la alta sociedad alemana databan de la década del diez (había estado asignado a la legación argentina en los años de la Primera Guerra Mundial), vamos a encontrarnos con un personaje que se movía en los más encumbrado de la vida social de Berlín. Y como no podía ser de otra forma, esto incluía a una variedad de nazis de todo tipo.

Labougle fue recibido en privado por el mismo Hitler, por Göring y Ribbentrop, agasajado por los Hohenzollern, conocía en persona a Himmler y dialogaba regularmente por Weizsacker, el secretario de estado del Ministerio de Asuntos Extranjeros; mientras que, por otro lado, representantes de otros países sudamericanos que no interesaban a los nazis no eran siquiera recibidos por un jefe de protocolo. El jefe supremo de las S.A., Viktor Lutze, fue su "amigo" y organizó en su honor una fiesta en 1939 cuando dejó Berlín.

INFILTRACION

-El tema de la infiltración nazi en la Argentina, según surge de sus informes, fue uno de los que realmente lo tenía preocupado.

-Durante su estadía de 7 años en Berlín, Labougle sufrió muchas y grandes preocupaciones por las andanzas del nazismo. No tengo dudas de que la penetración nacionalsocialista en muchos aspectos de la vida de los residentes alemanes en Argentina, y especialmente sobre sus hijos nacidos en nuestro país, le quitaba el sueño. Reiteradamente alertó a sus jefes en Buenos Aires y se quejó en vano ante encumbrados funcionarios nazis, incluido el mismísimo Hermann Göring. Esto le llevaba a tener una antipatía muy marcada hacia Ernst Bohle, el jefe del partido nazi para las naciones extranjeras.

-Cómo por ejemplo el mártir nazi de Villa Ballester...

-Por supuesto que ese asunto del "mártir" nazi de Villa Ballester, de nombre Josef Riedle, súbdito del Reich, y especialmente cómo lo trató la prensa alemana, tal como si fuera un caso similar al asesinato de Gustloff que tanto turbó a los nacionalsocialistas, produjo serias preocupaciones en el embajador argentino. Estaba muy turbado porque sabía que se había tratado de un asesinato ordinario y aquel montaje de los nazis, que dejaba mal parada a la Argentina, era obra del odiado Bohle.

-Según relata en su libro, el entonces embajador también fue testigo de históricos hechos como el incendio del Congreso o "La noche de los cristales rotos".

-Efectivamente. Labougle era un hábil y aguzado analista político, además de ser un buen narrador. Sus interminables contactos en la sociedad, la diplomacia y la industria le hacían siempre llevar la delantera en la información. Sus dossiers estaban casi siempre acompañados de información complementaria y un análisis personal de lo que estaba por venir. La kristallnacht le causó una profunda y amarga impresión. Especialmente quedó consternado con el tratamiento que los nazis le dispensaron a los funcionarios de la embajada colombiana, quienes se detuvieron en la calle a observar las atrocidades que perpetraban los SS. Sus informes fueron muy elocuentes al respecto.

-En relación al tema de los judíos en Alemania, ¿cómo fue su actuación?

-La actitud de Labougle en un principio fue algo endurecido con respecto a los israelitas nacidos en Alemania, naturalizados argentinos y retornados luego a su patria. Era partidario de no visar esos pasaportes y tratar a esas personas como alemanes. De todas formas, el Ministerio de Relaciones Exteriores argentino fue lapidario al respecto, "se trataba de alemanes viviendo en Alemania", y en esa época la Argentina no aceptaba la doble nacionalidad. Además, en 1938, dicho ministerio emitió claras instrucciones para que, a riesgo de perder sus puestos, los funcionarios argentinos dejaran de visar pasaportes de judíos que pretendieran refugiarse en Argentina. Con el correr del tiempo, y de las atrocidades contra los judíos, Labougle fue dándose cuenta de que el único futuro para un judío en Alemania era el de picar piedras en un campo de concentración. Así fue que instruyó a sus funcionarios para que hicieran lo posible para ayudar a esas personas. Mientras otros hacían grandes negociados con los pasaportes de judíos, Labougle se mantuvo incorruptible.

-¿Cómo culminó la carrera diplomática?

-Luego de renunciar en 1942 a la embajada en Brasil, en abierto desacuerdo con las políticas de neutralidad esgrimidas por el canciller Ruiz Guiñazú, las cuales creía funcionales a la Alemania de Hitler, se retiró a la vida privada. Sólo regresó brevemente al servicio activo para tomar una embajada, otra vez en Alemania, mucho tiempo después de la guerra. Este hecho demuestra su clara "desnazificación", ya que en 1956, diez años después de la catástrofe, difícilmente Konrad Adenauer hubiera aceptado las credenciales de un diplomático pronazi.

-¿Labougle puede ser presentado como un modelo de integridad?

-Desde mi punto de vista, lo es. La comunidad judía, luego de algunos titubeos de vieja data, hoy coincide mayormente en que su gestión al frente de la embajada de la Argentina no es criticable, al contrario. Debemos tener en cuenta que Labougle fue embajador en la Alemania nazi en un momento en que las relaciones bilaterales entre ambas naciones eran activas, crecientes, desde el punto de vista comercial, y amistosas. En ese contexto, Labougle realizó un trabajo, desde lo profesional, inmejorable. Ocupó siempre el centro de la escena diplomática en aquella Berlín a punto de estallar, pero no sólo para los alemanes, sino, tal como lo narro en el libro, para las potencias occidentales, cuyos representantes no dudaron en consultarlo sobre los más delicados asuntos. Su integridad queda fuera de discusión. Siempre fue un hombre apegado a las normas y los reglamentos, incluso demasiado.




Guy Sajer, el soldado olvidado…

Guy Sajer nació en Alsacia, de padre francés y madre alemana. Se alistó en 1942 en el Ejército alemán con el que combatió en el Frente del Este hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. 

Guy Sajer
Sajer, con apenas 17 años, se vio envuelto en la más terrible de las guerras; una guerra cuyo salvajismo era incapaz de ser imaginado por su joven mente. Años más tarde, narró en su libro de memorias, de casi 800 páginas, su larguísima y terrible experiencia en la guerra del frente oriental. 

Debo reconocer que pocos libros sobre le Segunda Guerra Mundial han logrado transmitir, describir y poner en palabras el extremo horror vivido por los soldados alemanes durante la campaña rusa. Aunque a veces desordenada, la prosa de Sajer abunda en largas descripciones y transmite sensaciones de una profundidad pocas veces vista. 

Sajer es un “feldgrau” de la división Grossdeutschland perdido en la estepa rusa, muerto de hambre y a merced de los "bombazos" de la artillería roja. Aquellos que gusten de la gran precisión con que Beevor describe la estrategia y los movimientos de tropas, deben saber que el libro de Sajer poco tiene de ello; es un simple grito desesperado desde la trinchera. 

Imperdible: el “lunfardo” (como diríamos en argentina) del soldado germano: “Popov”, “Ruski”, “pepinazo”, “pelos negro” (oriundos del sur de Alemania), “geschnauz” (extraña palabra con la que los soldados apodaban un cañón propio), etc. 

Sajer tiene talento de escritor. Se puede afirmar que logró tal profundidad en la elaboración de los personajes que lo acompañan, es decir de quienes fueron sus verdaderos compañeros de trinchera, que hace inolvidables algunos pasajes de su libro: Wiener, el “veterano”; Limberg, “el cobarde”; el capitán Wisredau; Lensen el “pedante, y su gran amigo Halls, entro tantos otros.

Esta es mi recomendación literaria de hoy, ojalá les guste.
PD: lo conseguí de oferta en la Feria del Libro de Buenos Aires de 2018.




Golpe de 1943: causas y papel real del G.O.U


Hace pocos días, el 4 de junio, se cumplió el 75 aniversario del golpe de estado de 1943. Como sabemos, dicho movimiento sirvió como catapulta al poder el entonces coronel Juan Domingo Perón. Su logia de oficiales, el G.O.U. (Grupo de Oficiales Unidos) fue uno de los grandes protagonistas de aquellas agitadas jornadas revolucionarias. A tal punto que dicho golpe pasó a la historia como el “golpe del G.O.U.” Sin embargo, parece que la historia fue un poco diferente… 

En 1940, el presidente Roberto M. Ortiz, de origen radical antipersonalista, debió dejar el ejercicio del Poder Ejecutivo por una grave afección de salud. Si vicepresidente, Castillo, proveniente de lo más acérrimo del viejo conservadurismo, había pasado casi en el anonimato y excluido del poder los dos primeros años de gobierno concordancista. De buenas a primeras, el jurista catamarqueño se encontró en el ejercicio de la presidencia. 

Luego de un inicio dubitativo y débil, Ramón S. Castillo, fue virando hacia los sectores nacionalistas del ejército y alejándose de los grupos aliadófilos, representados fundamentalmente por el ex presidente, general Justo; especialmente luego del ingreso de Brasil en la guerra, en el año 1942. 

De esa forma, Castillo, un hombre famoso por su “cabezadurismo”, fue cimentando una posición de inclaudicable neutralismo que era muy funcional a los intereses alemanes, especialmente a esas alturas de la guerra. 

Luego de la masiva denuncia y el escándalo por espionaje alemán del año 1942, lo que le valió la salido del país al embajador de Hitler, von Thermann, el presidente obligó a renunciar a su ministro de guerra Tonazi, quien respondía al grupo de Justo. Su reemplazante fue uno de los más fieles exponentes del grupo nacionalista, el general Pedro Ramírez. 
P. P. Ramírez

Sin embargo, para comienzos de 1943, Ramón Castillo ya irritaba a todos los sectores del ejército: germanófilos, aliadófilos e indiferentes. Existían dos razones fundamentales: En primer lugar, el lanzamiento de la candidatura del conservador Robustiano Patrón Costas para la sucesión de Castillo. El aval del presidente, al muy impopular candidato, era sinónimo de “éxito” electoral al amparo del fraude. En segundo lugar, los oficiales estaban cada vez más molestos por la utilización política del ejército, lo que lo colocaba como un cómplice necesario del aparato de fraude sistemático. 

Con respecto a la guerra, Patrón Costas era una caja de sorpresas, pero estaba más cerca de los ingleses, intereses a los cuales había servido durante su vida… 

El G.O.U no comenzó a reclutar sino hasta a fines de 1942, y recién se terminó de conformar como organización en el mes de marzo de 1943; apenas tres meses antes del golpe. El Grupo central era integrado por tres coroneles, y algunos tenientes coroneles, mayores y un capitán. Prácticamente ninguno de los integrantes tenía mando de tropa (apenas dos), por eso, dentro de sus planes originales, una revolución apenas parecía posibles para fines de ese año 1943. 

La posición del logiado capitán Filipi (secretario y yerno del ministro Ramírez) favoreció rápidamente a los intereses del GOU. Oficiales adherentes comenzaron a ser trasladados a posiciones en Buenos Aires. 

La situación finalmente eclosionó a finales del mes de mayo de 1943. El aroma a golpe podía olerse en el aire porteño. Los radicales, con Juan Cook a la cabeza, no tuvieron mejor idea que ofrecer la candidatura presidencial al ministro Ramírez, quien en un principio parecía bastante entusiasmado. Pero Castillo se anotició de la jugada de su ministro nacionalista y pronto entraron en conflicto. Como Ramírez resistía en su puesto, Castillo lo echó por decreto y nombró al almirante Fincati en su lugar. 
Entonces Ramírez comenzó a moverse en las sombras. 

El coronel Enrique P. González, del G.O.U., como en tantas otras oportunidades, tomó la iniciativa. Ramírez dio libertad a la logia que integraba su yerno y les recomendó que hallaran a un general con mando de tropa que les permitiera montar la revolución. Pronto hallaron dispuesto al general Arturo Rawson, quien siempre dijo que tenía a su propio grupo de insurrectos, y se sumó al almirante Sueyro y a la Armada. 

Por Faruk: aparecido en revista Todo es historia N° 150,
nov 1979
La noche del 3 de junio, todos los conjurados más importantes se reunieron en Campo de Mayo para ultimar detalles y coordinar el golpe que el día siguiente derrocaría a Castillo. Pronto se unieron los comandantes de tropas (regimientos). Esa fría noche había catorce líderes militares; solo tres eran oficiales del G.O.U.: El mencionado coronel Gonzalez, Indalesio Sosa y Emilio Ramírez. Perón estaba citado a Campo de Mayo, pero no apareció en todo el día o esa noche. Y el día 4 solo hizo su aparición cuando era un hecho que la revolución había triunfado. 

Fue el coronel González, según los testimonios sobrevivientes, quien llevó el liderazgo del G.O.U en aquella noche. El Dr. Ernesto Sammartino (radical ex diputado implicado en el movimiento) recordó años después que con el coronel Montes fueron a buscar a Perón a su casa (entrevista con Robert Potash) pero no hubo caso... 

Ya consumado el golpe, Perón y Montes redactaron el manifiesto público de la revolución el cual debía ser neutro por integrar las filas de los golpistas aliadófilos y proalemanes. Nadie puede negar que el coronel era muy habilidoso para la pluma…

Algunos libros interesantes para repasar estos hechos:

* Robert Potash. "El ejército y la política en Argentina". (Principalmente)
* Enrique Diaz Araujo. "La conspiración del 43; el GOU"
* Juan Orona. "La logia militar que derrocó a Castillo"
* Gontran de Guemes. "Así se gestó la dictadura"
* Roberto Potash. "Perón y el GOU; los documentos"

Fuente imagen: gestar.org
Patrón Costas

La Wehrmacht se lanza a la conquista de Bélgica

El teniente general D. Oscar Michiels fue el jefe del Estado Mayor General del Ejército belga en 1940. En mayo de ese año, cuando las fuerzas armadas de Hitler arrasaron su país de camino a Francia, este experimentado oficial se encontraba en una posición privilegiada.
Michiels murió en 1946, pero no sin antes legar un importante documento para la historia.
En una de mis largas expediciones par las librerías de ejemplares usados, que abundan en las viejas calles de Buenos Aires, di con uno de esos ajados ejemplares de "18 días de guerra en Bélgica". Para mi deleite, este venía con el anexo de los 30 croquis que el jefe del estado mayor incluyó en su libro.
Publicado en Argentina por la biblioteca del oficial del Círculo Militar en 1951, se transformó en uno de los libros de cabecera de la oficialidad argentina en aquella década. No hubo una mejor manera de estudiar los movimientos de las divisiones y las diferentes batallas que se desarrollaron al ritmo desenfrenado del Blitzkrieg en mayo de 1940.
vale la pena destacar que incluye los detalles de la batalla de Eben Emael y la evidencia de que los bravos soldados alemanes consideraron a los belgas y a sus fuertes entre los más duros defensores. 
Si bien cuesta muchísimo encontrar un ejemplar en papel completo, que incluya los croquis de las batallas, la tecnología de hoy nos permite acceder a libro a través de Amazon, lo que hace unos años era impensable.

Esta es mi recomendación literaria de hoy. Espero que a todos aquellos estudiosos de las guerras mundiales les sea de interés.

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