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La increíble historia de la explosión del SM U-52

Este extraño y peculiar suceso fue narrado por Johannes Spiess, comandante del SM U-52, en su libro de memorias de la Primera Guerra Mundial.

En 1917, Spiess, gracias a sus grandes logros a bordo del viejo U-19, fue asignado al comando de un sumergible más moderno, el U-52. Mientras se disponía a realizar su primera patrulla de combate, a fines de octubre de ese año, debió retornar a los arsenales de Kiel debido a una falla menor en uno de sus motores.

El 28 de octubre por la noche, el U-52 amarró al constado de uno de los grandes sumergibles crucero, el U-156. Al día siguiente, amarraron finalmente en el muelle.

SM U-52
Aprovechando la parada, Spiess ordenó una recorrida a toda la parte mecánica de los torpedos embarcados, con excepción de los tubos de popa, los cuales quedaron cargados.

Acompañado del ingeniero maquinista, el comandante se dirigió a dar cuenta al director de los astilleros de la entrada del submarino y de su próxima partida. Así, con algunos comentarios sobre el próximo crucero, llegaron al edificio de la dirección, que se hallaba en un lugar cercano al muelle. Acababan de entrar, cuando llegó a ellos una fuerte detonación que destrozó todos los vidrios del edificio…

Para consternación de Spiess, a medida que iba acercándose a su nave, pudo ir comprobando que la tremenda explosión había partido de su U-52. A partir de ese momento comenzó el drama, ya que la nave comenzó a irse a pique rápidamente. La superficie del mar era un enorme hervidero y en ella, como movida por hilos invisibles que parecían actuar desde el fondo del mar, la parte superior de la torre iba desapareciendo, con la escotilla completamente abierta. Muy cerca del submarino, un bote automóvil maniobraba desesperadamente para salvar a algunos hombres que habían podido abandonar aquél. Al poco rato, todo aquello se transformó en una fría y desesperante calma; la superficie del mar quedó desierta y sólo era alterada la tranquilidad de las aguas por las innumerables burbujas de aire que subían en el mismo sitio donde poco antes flotaba, orgulloso de sí mismo, uno de los mejores submarinos alemanes.

Había que esperar a que llegaran los buzos y las grúas para poder empezar a realizar los trabajos necesarios a fin de poner a flote el submarino. Pronto se supo que un bloque de acero de varias toneladas, y que fuera lanzado al aire por la fuerza de la explosión, había aplastado a un marinero que se hallaba sobre el puente central del "Prinzregent Luitpold". Otro marinero que estaba sobre la cubierta de un submarino fondeado próximo al lugar de la explosión también fue muerto por un pedazo de hierro; además, había numerosos heridos…

El rescate

Solo algunos pocos hombres faltaban a la lista de la tripulación y era evidente que habían quedado atrapados dentro del sumergible hundido a pocos metros.

El primer buzo que llegó fué el oficial de la Comisión de Recepción de Submarinos, teniente de navío Brautigam. Ya se había hecho el pedido de la grúa y bateas con bombas de achique. Brautigam golpeó repetidas veces sobre el casco; y esos golpes, efectuados desde el exterior, habían encontrado una respuesta, aunque mucho más débil, desde adentro, probablemente desde el puesto central. ¡Dentro del submarino había gente con vida!

El jefe de la tercera escuadrilla de submarinos, teniente de navío Gayer, que por obra del azar se hallaba en el arsenal con el buque conductor, fue el encargado de realizar las operaciones de salvamento. Los minutos iban transcurriendo con notable celeridad sin que se obtuvieran resultados positivos. En derredor del sitio en que se produjera la explosión, una enorme multitud fue apretándose más y más, a fin de presenciar la labor que realizaban las fuerzas de salvamento.

A las tres y media de la tarde fracasó la primera tentativa de reflotamiento. El barco se cayó de popa como consecuencia de haber resbalado a lo largo del casco el correspondiente estrobo. Dentro, un puñado de hombres había entablado una dramática lucha contra la muerte. ¡Se cumplían ya siete horas desde el momento de la explosión!

Cerca de las cinco, se comenzó a izar el barco con suma cautela y, poco a poco, fue apareciendo la proa sobre la superficie. Sobresalía netamente del agua el extremo superior del periscopio, que era un poco más alto que la torre. De pronto, un estremecimiento sacudió la multitud que se hallaba allí congregada: el periscopio central giraba movido desde el interior del submarino y dirigía una mirada de angustia. ¡Por lo menos había un ser vivo a bordo!

Por fin sobresalieron del agua dos escotillas; de inmediato fueron abiertas, y por medio de las bombas se pudieron vaciar, aunque no completamente los compartimientos de proa.

A eso de las siete de la tarde, el oficial buzo fue el primero en entrar al "U-52". Momentos de tensa expectativa siguieron esta maniobra, hasta que se vio volver a aquél. Dijo que, a causa de la gran cantidad de gases nocivos, resultaría por demás peligroso abrir el mamparo de estanqueidad que daba al puesto central. Había que seguir arriando el sumergible hasta que apareciera la escotilla de la torre.

El drama que desarrollaba dentro del U-52, fue relatado alguna vez por uno de los hombres que lograron sobrevivir, el timonel Schopka. Este marinero cumplía sus habituales funciones cuando una terrible sacudida lo echó de espaldas al suelo. El fuerte golpe le hizo perder el conocimiento y así, en esa posición e inconsciente, permaneció varios minutos. Cuando volvió en sí, vio que la gente pasaba corriendo a su lado y sintió un fuerte olor a pólvora.

Spiess
Ante la puerta de la escotilla, el oficial de guardia K. y el cocinero forcejeaban y se empujaban para tratar de salir lo más rápidamente posible. Finalmente consiguieron separarse y subir a la escala uno detrás del otro. En momentos en que Schopka iba a imitar la actitud de sus camaradas, recibió repentinamente un violento golpe en la cabeza y volvió a caer desvanecido. Por suerte, una tromba de agua helada que, a los pocos minutos entró por la escotilla, le hizo volver en sí.

Sentía la sensación de que el "U-52" se iba hundiendo irremisiblemente. El marinero de primera, Brohan, en instantes en que gateaba por la escala en un esfuerzo desesperado por salir a la superficie, fue echado abajo por cubierta de la escotilla que caía sobre ésta y por el torrente de agua que seguía entrando. Al caer Brohan golpeó con una de sus pesadas botas la cabeza de Schopka, siendo ésta la causa del desvanecimiento de éste, cuando trataba de escapar.

Ambos marineros trataron de reflexionar sobre la difícil situación en que se encontraban, y llegaron a la conclusión que solamente les quedaba como único camino de retirada el del puesto central. Como primera medida trataron, con toda rapidez y empleando todas sus fuerzas, de cerrar la puerta del mamparo estanco de proa. En ese preciso instante, alguien se puso a gritar para que también le dejasen entrar. Fue entonces allí, en que el grito de desesperación de su compañero lo hizo salir de la inconsciencia en que estaba obrando, para entrar de lleno en la cruda realidad de que estaba jugándose la vida. Su mente comenzó a trabajar con ritmo febril y todos sus movimientos adquirieron una fisonomía distinta a la que habían tenido hasta ahora. Volvieron a abrir la puerta del mamparo e hicieron entrar al segundo mecánico, que hasta ese momento debía haber estado desvanecido en algún rincón. De inmediato corrieron a cerrar la puerta de proa del puesto central, pero quedaba abierta la del mamparo de popa y por ella se introducía el agua que había entrado por los compartimientos popeles.

En dicho lugar se encontraban trabajando dos obreros del arsenal, los que se habían trasladado expresamente hasta allí para reparar los motores. Uno de ellos había conseguido entrar al puesto central y realizaba enormes esfuerzos para hacer entrar a su camarada que se encontraba en la cámara de motores dando gritos de espanto.

Lo que se proponía Schopka era poder huir por la torre, único lugar hasta entonces respetado por el agua; pero justamente en el instante en que se disponía a realizarlo, un tercer obrero, que había casi alcanzado la escotilla, fue echado violentamente hacia abajo por un golpe de agua que se precipitaba en el interior, y cayó de cabeza. Una vez más, una situación imprevista le había impedido la salida al exterior. No le quedaba más remedio que seguir luchando desde el interior del submarino con todas las armas posibles, para mantener su vida.

La cubierta de seguridad de la escotilla, que cierra la torre hacia abajo, estaba provista de muelles compensadores, y como no se encontraba fija en posición abierta, se abatió sobre sí misma por el empuje del agua. Sin embargo, y debido a la fuerte presión que ella ejercía, el agua seguía entrando por la parte superior del puesto central. En vista de ello, Schopka no tuvo más remedio que retirarse. No había, pues, más solución que lá de permanecer allí dentro.

Desde lo alto, continuaba entrando el agua. El mismo tubo de aire comprimido que venía de la cubierta no dejaba cerrar completamente la escotilla que comunicaba la torre con el puesto central. Se presentaba, entonces, otro escollo que era necesario eliminar rápidamente. Para ello, uno de los hombres enrolló un cable conductor de corriente eléctrica al volante de cierre y de él se colgaron todos, pudiendo así mantener Cerrada la escotilla todo lo que les era permitido. Sin embargo, quedaba una pequeña entrada; por suerte, no justificaba el alarmarse por ello, ya que la presión del agua no era muy grande debido al hecho de que el "U-52" descansaba a una profundidad de once metros aproximadamente.

Fue realmente providencial el hecho de que no se hubiera cortado la luz eléctrica. Eran ocho los refugiados en el puesto central: cuatro contramaestres, dos marineros de primera y dos obreros del arsenal. Todos los esfuerzos que desarrollaban aquellos hombres los iban agotando poco a poco. Pese a lo cual, el agua seguía entrando por todos los orificios que había en el interior del puesto.

Echado en el suelo, se hallaba el maestro mecánico H., quien gemía en forma incesante y penosa, ya que había sido herido de gravedad. La tremenda explosión le había arrojado de un modo inexplicable desde el lugar donde estaban los motores eléctricos, situado inmediatamente delante del de los tubos de lanzar de popa, hasta el puesto central, a través de la cámara de los motores Diesel, a lo largo de una distancia aproximada de trece metros.

El segundo mecánico y los obreros del arsenal, cada vez más débiles por los esfuerzos realizados, terminaron por perder el conocimiento. El resto del grupo, que aún poseía algunas fuerzas para seguir luchando, se pusieron de acuerdo a fin de resolver lo que debía hacerse. Como primera medida decidieron comunicar a los encargados del salvamento que estaban aún con vida y comenzaron a golpear el casco con un trozo de hierro, enviando el siguiente mensaje en sistema Morse: "Aún viven ocho hombres. El puesto central hace agua poco a poco. ¿Cuándo seremos salvados?" Trataban en un desesperado esfuerzo de observar por el periscopio, pero éste no emergía y sólo dejaba ver el agua que los rodeaban.

Aproximadamente a las cinco de la tarde experimentaron una ligera sacudida, y súbitamente penetró en el puesto un rayo de luz temblorosa. ¡Parece mentira cómo un débil rayo de luz puede cambiar la fisonomía de los hombres!

Todos se precipitaron al periscopio, pues dio la impresión que había emergido. El segundo mecánico fue quien llevó la voz de lo que ocurría en el exterior a sus camaradas. En efecto, aquél, que había recobrado totalmente el conocimiento y el dominio sobre sí mismo, fue quien se aferró primero al periscopio y con frases entrecortadas iba comentando: "Dos grúas nos han suspendido... Hay gran cantidad de gente en el muelle… Se ha acercado un bote y expone un papel ante el Objetivo... pero es imposible descifrar lo que dice..."

Fue en ese preciso instante en que hizo girar el periscopio para dar señales de vida.

Un grito de alegría escapó de los labios de Spiess cuando vi que la torre iba quedando libre. Luego de algunos minutos de efectuar esta maniobra, el U-52 se encontraba aligerado en su peso y, entonces, fue posible izarlo un buen trecho más, hasta que, finalmente, todo el borde de la escotilla salió fuera del agua.

Los ocho hombres habían sobrevivido, aunque otros habían perecido con la explosión.


El motivo del accidente

El pivote de contención de uno de los torpedos no se encontraba fijo sobre un sector de la cámara de aire, tal como debía estar más a popa, sobre el regulador, lo que probaba que cuando el torpedo se hallaba dentro del tubo tenía tanto juego que a cada instante podía ir a chocar contra la tapa de cierre exterior y, por tanto, producir la explosión. Esto fue, precisamente, lo que ocurrió cuando se inyectó aire comprimido en el tubo que acababa de ser engrasado.

Speiss volvió resignado al comando del viejo U-19. Pero, tiempo más tarde, el U-52, que no pudo ser destruido por su propio torpedo, fue reparado y volvió al frente de combate, logrando sobrevivir a la guerra.

Fuente: este relato se basa en las memorias de Johannes Spiess; “La guerra submarina sin restricciones”.


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